lunes, 11 de mayo de 2015

EL APRENDIZAJE DE LA VIDA. Frank Barrios Gómez.


Desde el instante en que tomamos la primera bocanada de aire, al salir del vientre materno, empezamos a ser alumnos de la Universidad de la vida. Pacientemente visitamos el aula de aprendizaje, y eso se manifiesta en el diario vivir.
En ocasiones nos mostramos inseguros, en otras aburridos, y luego nos volvemos berrinchudos, al no obtener algo como lo hubiéramos querido.
El maestro de la clase (Cronos, el padre tiempo), permanece impasible, observando silenciosamente el adelanto de sus alumnos. Jamás reprocha la forma sobre cómo procedemos ante determinados aspectos. Él sí es sabio y nos conoce a la perfección.
Sencillamente, cuando uno de los alumnos lleva a cabo sus rabietas, lo único que hace es volverle a poner el examen (prueba), para que se tenga la oportunidad de volverla a presentar y salir airoso.
Pero el necio, hace caso omiso de estas cosas, y vuelve a cometer el mismo error, escudándose en: “Dios no me quiere ayudar”. “Yo no soy culpable, fue un accidente”. Nadie te manda a atravesarte en mi camino”. Pretextos y más pretextos argumenta el majadero, no aceptando que mientras no supere esa piedra que aparece en el camino, cada día las circunstancias lo continuarán carcomiendo, siendo sólo él, el responsable de sus acciones.
Es muy duro el aceptar que se está equivocado. Más duro, tolerar a alguien que nos ha causado mucho daño. No es que tengamos que hacer como dicen algunos: “Hay que perdonar y convivir con ese individuo” Sencillamente, lo que cabe hacer, en esta ocasión, es mantenerse a la defensiva, hacer que los eventos pasados resbalen sobre nuestra piel, la cual está cubierta de grasa, para que todo resbale.
Porque estar cargando un resentimiento, odio y venganza, es estar ingiriendo un fuerte veneno, incrementando cada día la dosis, y esto a lo único que conlleva, es a llevar una vida rodeada de frustraciones, y el resultado vendría a ser la infelicidad, y para colmo de males, la manifestación de muchos males físicos.
Cada quien, al abrir sus ojos, percatándose de que está iniciando un nuevo día, se adentra al salón de clases de la Universidad de la vida. De él depende, el quedarse acostado, sin hacer nada, esperando que las cosas le lleguen por obra y gracia divina. O se levanta con una sonrisa, y sale a la calle a buscar lo que le ayudará al día siguiente, para continuar con esa sonrisa contagiosa.

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