Si se le pregunta a un grupo de gente quiénes desean ser felices en
forma permanente, todos levantarían la mano. Y si se les volviera a
preguntar qué están haciendo para cultivar esa felicidad, notaremos que
ya no todos vuelven a levantar la mano, sonreirían de manera nerviosa,
se preguntarían entre dientes que hacen lo que puedan para lograrlo y
por último, guardarían un absoluto silencio, el cual estaría indicando
que no están dando pasos seguros, en el cultivo de una felicidad
duradera.
La felicidad es un preciado don que no se adquiere a
la suerte, como cuando se juega a la lotería, o se compra un boleto
para participar en una rifa. Está al alcance de quien quiera abrigarla, y
llevarla consigo mismo por todo el tiempo que quiera. Pero como
siempre, lo primero que se hace es anteponer intereses propios,
abrigándonos con la sombra de la felicidad, a sabiendas que eso es algo
efímero, y al más pequeño y débil aire, se esfumará como una nube movida
por el viento.
Casi toda la gente, finca su felicidad en los
bienes adquiridos, un buen trabajo bien remunerado, que le permite
darse junto con su familia ciertos lujos que los demás envidian. Tener
una hermosa casa, con un amplio jardín, en el cual los fines de semana
se reúnen con amistades para que al calor del asador, degusten una
deliciosa carne, acompañada de las bebidas favoritas.
Al
frente de esa casa, varios coches lujosos adornan la cochera. Hermosos y
costosos muebles se encuentran en la sala de ese hogar. El refrigerador
está lleno de viandas, que son la envidia de muchos pero en el
ambiente, se percibe una sombra que indica que ahí no hay armonía,
porque algo no encaja dentro de tanto lujo.
El hombre o la
mujer, fincaron su felicidad al comprar un marido o esposa. O bien,
aceptaron esa unión sin sentir amor, diciendo que éste vendría con el
tiempo. Y el tiempo les hace regresar a la realidad, porque lo que mal
empieza mal termina.(SI DESEA EL ARTÍCULO COMPLETO, SOLICITARLOS A: laratrejo@hotmail.com)