domingo, 3 de noviembre de 2013

EL SEMÁFORO DE NUESTRA EXISTENCIA. Frank Barrios Gómez.


Todos los días, al deambular por las transitadas calles, un semáforo es el encargado de conceder el paso a los vehículos al ponerse la luz verde. Cuando va a cambiar, envía una alerta al ponerse la luz en ámbar, y cuando está en rojo, le está dando el paso a los transeúntes.
Ingeniosa la persona que inventó el semáforo. Es una medida de seguridad, que cuando llega a fallar, las calles se vuelven caóticas, queriendo tanto automovilistas como transeúntes ganarse el paso, ocasionando esto infinidad de accidentes los cuales en ocasiones llegan a ser mortales.
El semáforo, para poder trabajar bien, debe estar debidamente calibrado con tal precisión, para que su funcionamiento sea perfecto. Casi nadie se para unos momentos ante uno de estos aparatos y comienza a observarlo, para observar cómo es posible que un cambio de luz mueva o detenga, tanto vehículos como peatones.
Y en los momentos en que está en ámbar, indicando que debe tenerse precaución, es aquí cuando más de uno no le hace caso, queriendo ganar lo que consideran unos segundos de oro, a sabiendas que adelante otra luz le va a detener.
En estos casos, con luz ámbar, más de uno hace mal su cálculo y el resultado viene siendo el caos. Luego se escuchan comentarios como: “Más vale perder un segundo en la vida, que perderla en un segundo”. Los lamentos salen sobrando porque algo marcó que debía hacerse un alto, porque estaba por llevarse a cabo el cambio de un color a otro.
Interesante filosofar en lo que marca un semáforo. Si se viera a una persona parada ante uno de estos aparatos, y se pusiera a dar una cátedra de lo que escribo, el resultado es que se le conozca como “el loco del semáforo”.
A casi nadie le interesa la filosofía de la vida. De ella se aprende y se alcanza sabiduría. Un filósofo no tiene que ser alguien egresado de una universidad, ya que la universidad que da el título a cada quien, en base a como lleve a cabo su existencia, es la universidad de la vida.
Se observa diariamente el deambular de cantidad de gente por las calles. Normalmente lo hacen de una manera mecánica, como robots que no tienen sensibilidad, para detenerse y deleitarse con los pequeños tesoros que la vida pone al alcance de todos para disfrutarlos.
El ver la caída del agua, provocando un aguacero, hace refunfuñar a más de uno, que se aloca por llegar pronto a su destino para no mojarse. El agua es vida, pero muchos, en cuanto les cae una gota de agua, sacan a relucir sus paraguas para no sentir esa bendición que cae del cielo, haciendo reaccionar para dar gracias al Divino Creador que se tiene vida, porque se siente la caricia del líquido elemento.

(SI DESEA EL ARTÍCULO COMPLETO, SOLICITARLO A: laratrejo@hotmail.com)

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