miércoles, 14 de enero de 2015

“EPN, presidente; EPN, gobernador” Por Gerardo García‏ (La Razón )


Gerardo García

Se consideró que sería diferente. Muchos aseguraron que a la llegada del presidente Enrique Peña Nieto a Los Pinos, el juego político se transformaría y no habría opinión alguna proveniente del exterior de esas paredes, que fuese considerada por Él. Que, por ejemplo, para convertirse en candidato a algún puesto de elección popular, principalmente a alguna gubernatura, habría simplemente de buscarse el ungimiento del principal elector de su partido político, el PRI. Que el trabajo político, pues, sólo debía hacerse al interior de las paredes de la casa presidencial. Y no es, ni sería, ni será así Ivonne Alvarez fue al final la elegida para convertirse en la candidata a la gubernatura de Nuevo León por el Partido Revolucionario Institucional. La senadora con licencia superó al menos a otros seis aspirantes de su partido, entre ellos al secretario de Economía, Idelfonso Guajardo, cercanísimo al presidente Peña Nieto, debido a que en la medición de las intenciones electorales en aquel estado, la joven política regiomontana superó a los demás aspirantes. Es, pues, la que ofrece la mayor competitividad ante una contienda que se pronostica cerrada.
 
     Es cierto, en efecto, que ella fue la principal carta que impulsó el gobernador de aquel estado, Rodrigo Medina, pero es igual de verdadero que ella encabezó las preferencias electorales en todas las encuestas aplicadas. Es cierto igual que la decisión final se tomó en Los Pinos, y que es el presidente Enrique Peña Nieto quien resulta al final el que aprobó esta y otras candidaturas. El asunto es que no se trató, ni se trata, de una decisión unipersonal tomada en el Olimpo, sino que se compone de factores que tienen que ver con la lógica y el sentido común. En Los Pinos saben que la realidad local se vive en las entidades y no necesariamente en los círculos de poder en la Ciudad de México. 

     El asunto está en que en esta actualidad política  la fortaleza del presidente Peña Nieto radica de igual manera en la fortaleza de sus gobernadores. Más allá de la crisis que se atraviesa tras el Caso Ayotzinapa –que en efecto ha cambiado muchas variables en la vida común en el país- el mandatario se ha significado siempre por tomar sus decisiones basándose en una lógica política distinta. El presidente Peña ha demostrado que confía en fortalecer a los gobernadores en tanto su debilidad, significaría en crisis como la que tanto le ha afectado. Sabe que los mandatarios estatales, en tanto funcionan, dan resultados y no generan conflictos, son los mejores aliados para que el país avance en el sentido que él pretende.  

     No debiera, sin embargo, significar una sorpresa que tome decisiones como la de Nuevo León o la de las otras ocho gubernaturas en juego. Su propia sucesión en el Estado de México fue una muestra de ello: el candidato a sucederlo no fue su hombre más cercano –en aquel momento era Alfredo del Mazo, hoy precandidato a diputado federal y ex director de Banobras- sino quien prometía mejores resultados en la contienda electoral en aquel momento. Por eso se decantó por Eruviel Ávila, que no era su hombre más cercano, y no por quien formaba parte de su equipo cercanísimo.
Quienes pretenden que las decisiones en este sentido se fundamenten sea en la relación personal o en las grillas e intrigas palaciegas, se equivocan. Quienes apuestan a que las candidaturas se deciden únicamente en lo que sucede en el Distrito Federal y pretenden minimizar el peso político que tiene la opinión de los gobernadores y la realidad electoral en las entidades, cometen un error.

Nuevo León es la señal clara.

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