sábado, 16 de agosto de 2014

EL PODER DEL MANTRA. Por Frank Barrios Gómez.



Cierto día, un monje que cumplía con un retiro de varios años en las montañas es asaltado por un pensamiento, su madrecita, a la que tenía años de no verla. No tenía noticias de ella, y sospechó que estaba pasando por un sinfín de necesidades, y era el momento de ir a brindarle todo su apoyo.
Hacía años que se había retirado a las montañas a meditar. Había hecho una promesa a Buda, que lucharía y no descansaría hasta haber logrado la iluminación Y no abandonaría su vida de ermitaño hasta que lo lograra. Y emprende el viaje hacia el seno materno, deseoso de volver a estrechar en sus brazos a su progenitora.
Al llegar, gustoso saluda a su jefa y queda sorprendido al verla en una situación diferente a la que él había imaginado, y le dice: “Madre, por varios años estuve cumpliendo con un retiro en lo más profundo de la montaña. Angustiado abandoné ese aislamiento, porque de pronto me invadió la zozobra de que estabas pasando infinidad de penurias. Pero me encuentro con un panorama diferente. Gozas de salud y tienes abundante alimento. Me da gusto haberme equivocado. Puedes decirme cómo le has hecho para vivir durante estos años, en los cuales no he tenido noticias de ti.
La anciana, con infinito amor, después de secar sus lágrimas por la sorpresa de volver a ver a su vástago, del cual no había vuelto a saber nada respondió: “Hijo mío, la madre naturaleza me enseño un mantra (palabra de poder) que al pronunciarlo, las piedras se convierten en pan y no paso necesidades. Me da mucha salud y por eso me encuentras en este estado, en el que me ves”
Intrigado, el monje le pide que pronuncie el mantra y al escucharlo, riendo en su interior empieza a corregir a su mamá en la pronunciación. Él, como persona instruida en esos menesteres, conoce la forma correcta para llevar a cabo esa entonación, y como le enseñaron en el monasterio, la articulación debe ser perfecta para lograr el resultado que se está buscando.
De inmediato, la señora empieza a seguir las indicaciones de su hijo, un estudioso iluminado por Buda, que goza de la experiencia necesaria para enseñar y guiar a las generaciones.
Con esos sonidos guturales roncos, que escapan de la garganta de los monjes budistas, hizo lo que pudo la ancianita para lograr la pronunciación que quería escuchar su hijo, hasta que lo logró.
Desconcertado, el monje se rasca la cabeza. Su progenitora estaba pronunciando el mantra como se indicaba en los templos, pero las piedras permanecían intactas, sin convertirse en pan.
De pronto, llega a la mente del iluminado una luz que le da una indicación, y sigue la corazonada que en ese instante le estaba dando una cátedra y dice: “Madre, lleva a cabo la pronunciación como siempre lo has hecho, con ese sentimiento que te emana del corazón, y con esa fe de que lograrás lo que deseas.”.
Vuelve la anciana a entonar el mantra como ella lo sentía, y de nuevo las piedras se convirtieron en pan. Su hijo aprendió la lección, de que no todo debe ser como está escrito, porque lo que cuenta en las acciones, es la fe que se deposite en ellas al llevarlas a cabo. (SI DESEA EL ART. COMPLETO SOLICITARLOS A: laratrejo@hotmail.com)

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