domingo, 17 de mayo de 2015

Mamita que estás en el cielo. Ricardo Alonso LARA TREJO


Nuevamente  mayo. Desde hace muchos años sólo me viene a la mente aquella mujer fuerte como un roble y tan bella como una flor. Nada la doblegaba. Nada la detenía. Se desvelaba y luchaba por ver crecer a sus hijos. No alcanzó a cumplir su sacramento de madre porque Dios se la llevó.
Nuevamente  mayo. No sé si darme alegría o nostalgia. Por la ventana, las mañanitas. Observar la compra de flores, escuchar las plegarias en los templos de oración. Ella ya no está. Quisiera ser como aquellos que dicen que cuando nuestras madres mueren, se deshace su espíritu. Que dejan de existir tanto en la tierra como en el cielo.
Sin embargo, y sin importar los años, a cada momento la siento entre nosotros, la siento en mis venas. Mi sangre, tiene parte de ella, no se puede negar. Día tras día, cuida mi camino. La ha llamado el Todo Poderoso, para convertirla en un ángel que guía mi destino. Que sufre cuando sufro. Que se alegra cuando soy feliz.
Cuando fui niño, muchas veces me quejaba por lo pequeño de mi vuelo. Me desesperaba por alcanzar mis sueños. Era muy niño. No sabía qué era lo bueno y qué lo malo. Pero al ver la sonrisa tierna de mi madre terminaba mi desesperación y caía en sus brazos. Es mi admiración. Su legado es infinito.
Madre, quizá te faltó que me heredaras tu carácter para ser fuerte como tú. En ocasiones siento quebrantarme. Me faltó tu temple. Sé que como tu hijo existe la obligación de cumplir tus ejemplos; más sin embargo, en medio de mis muchos errores he tratado de cumplirlos aún con las dificultades de la vida.
No me importa lo que digan los demás, sé que ahí donde estás, eres mi guía y en muchas ocasiones, mi salvación. Cada acción la realizo pensando en cómo lo ves desde donde estás, si lo apruebas o te disgusta. Pienso más en ello que en lo que deseo para mi vida que gira como las olas que intentan volver al inicio una y otra vez. ¿Por qué es así la vida? No somos nadie cuando lo más querido ya no está a nuestro lado.
Durante el tiempo que viví contigo, me enseñaste a labrar la vida como el agricultor a la tierra para poder recoger en su momento la cosecha, y esa cosecha la deseo recoger junto contigo, algún día. Cuando juntos le entregue al Creador mi resumen final. En ese momento seré el más feliz por estar nuevamente contigo y desde ese lugar, me ayudarás a cuidar a mis hijos como lo has hecho conmigo.
Lo hiciste muy bien, mejor de lo que tú te imaginas. Todos los días miro al cielo y busco entre el sol, la luna y las estrellas tu sonrisa.
Mamita, otro año sin ti, es demasiado…

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